Ocurrió en España, hacia 1988, cuando el tacto de Éva Bertók se familiarizó con las técnicas de la cerámica precolombina. Y a partir de entonces emprendió el vuelo. Al borde del nuevo siglo la artista profundizó en México sus conocimientos de la cultura y arte mayas. Siguió dando firmeza a su trayectoria con la renovación de la capilla de la Virgen de la Soledad en San Miguel de Allende, enseñando a la población indígena de Veracruz sus propias técnicas ancestrales, devolviendo la luz a los totonacas. Sus obras, inspiradas en el espíritu y los símbolos de tradiciones finiseculares mexicanas, han sido expuestas en varias ocasiones en Hungría y en el extranjero. El alma encerrada en barro se escapa a través de las pecas luminosas desde las puertas de la propia alma de la escultura; y ello, para transmitir las sensaciones de su creadora a través del movimiento más suave de la caricia, del pulso, del arte. Almas de luz que proyectan nuevos milagros y envuelven al espectador en el más profundo y emotivo espacio de la meditación.
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